• Saturday, April 27, 2024

La vida de Isabelino Gradín

Lo que vas a leer es un relato basado en hechos reales de cómo fue la infancia a comienzos del siglo XX de la primer “joya” de raza negra que tuvieron Peñarol y la selección uruguaya de fútbol pero también el atletismo mundial, llamado Isabelino Gradín.

Agarró el atado de ropa que le dejó Matilde, su mamá, y salió a entregarlo.

Era pesado, casi más grande que el mismo Isabelino que tenía apenas ocho años pero el igual lo hacía con gusto. Todos los sábados hacía lo mismo, subía la gran pelota de ropa a la mesa y de allí se la cargaba al hombro, no sin antes poner la que te dije adentro del atado sin que Matilde lo viera.

Desde que su padre se mandó mudar, su mamá había decidido que lavar la ropa para familias más acomodadas sería la mejor forma de sustentar económicamente a toda la familia y por eso el salía orgulloso a callejear, para poder ayudarla a ella y a sus hermanos.

Eran unas cuantas cuadras hasta la casa de los Batlle que era la casa que le tocaba ese día, pero el esfuerzo tenía su recompensa. Desviándose solo dos cuadras llegaba a la plaza de deportes N° 1, ese fascinante espacio frente a la Aduana que estaba especialmente pensado para poder correr y cansarse. Allí se sentía Alicia en el País de las Maravillas pero era también un pez en el agua. Allí estaba todo lo que el quería y donde verdaderamente sobresalía entre todos los niños sin que nadie reparara tanto en que su color de piel denunciaba un antepasado familiar de esclavitud.

Ya camino al destino dudó si parar antes o a la vuelta en la plaza, cuando ya hubiese cumplido con su tarea, después de todo tendría que caminar menos metros cargado si tomaba esa decisión. Pero como todos los sábados, extorsionado como siempre por la ansiedad hizo la misma cuenta: si primero iba a entregar el atado demoraría dos horas en el mejor de los casos en llegar a la plaza y llegaría ya más cerca del mediodía. Eso sería demasiado tarde para poder ver el partido de los grandes. Después de todo a el no le decían a qué hora tenía que entregar la ropa y nadie tenía apuro. Como siempre, decidió entonces que haría una parada estratégica en la plaza y luego si cumpliría con su trabajo.

Agarró para abajo hasta la calle Washington. Luego de pasar las pocas casas que había entre el y la plaza, el partido ya se dejaba ver de lejos. Iba midiendo cada jugada y sin darse cuenta, cada vez caminaba más rápido como si ya no le pesara el atado que cargaba.

Lo dejó en el suelo sin apartar la vista de la cancha. Por delante suyo pasaron tres atletas corriendo y al costado otros tres hacían gimnasia bajo la atenta mirada de un prestigioso profesor italiano tal cual le habían chusmeado sus amigos del barrio y que supuestamente lo había contratado el Estado uruguayo. Estaba alucinando. Ya era Alicia y todo aquello representaba una atmósfera maravillosa. Observaba todo con insuperable atención. Desde que había abandonado la escuela para ayudar a su mamá, nada le exigía tener las antenas tan prendidas como la plaza de deportes.

Sin apartar la mirada del partido, empezó a buscar la que te dije entre el atado de ropa de los Batlle. Varias veces creyó haberla encontrado y se llevó respectivas desilusiones al ver que lo que había sacado eran medias y calzoncillos. Fueron tres o cuatro intentos hasta que se dio cuenta que ahora sí la tenía en sus manos. Le había quedado bien durita esta vez. Había conseguido una media rota que tenía un buen elástico para reforzar la que había llevado la semana pasada y ahora estaba como nueva. Inmaculada. Y no solo eso, también estaba casi perfectamente redonda y ese pensamiento lo exaltó de emoción pensando en lo que vendría en los próximos minutos.

Cuando la sacó de entre el montón de ropa, ya era un pez en el agua. La tiró para arriba bien alto y al caer, evitó que picara utilizando su empeine izquierdo. Siempre sin dejarla picar, la golpeó dos veces más con la derecha y tomando impulso, le metió un zurdazo y la mandó lo más alto que pudo. Cuando cayó la estaba esperando con su pecho semi inclinado para adormecerla como si fuera uno de sus hermanitos. Luego sí, ya con su consentimiento dejó caer la pelota de trapo atraído por un grito de gol que venía desde la cancha de fútbol.

Observó unos instantes el partido de los grandes y volteó la mirada hacia su costado derecho hacia donde calculaba que debía estar su pelota pero para su sorpresa, esta ya no estaba en el suelo. La tenía en sus manos uno de los deportistas que hacían gimnasia, que lo miraba perplejo en sintonía con los demás compañeros.

– A ver negrito, hace eso de vuelta. Si lo haces exactamente igual te doy esta moneda

Isabelino sonrió confiado. Eso mismo era lo que hacía todas las tardes a la hora de la siesta en el conventillo. Agarró la pelota y lo repitió exactamente como el hombre le había pedido para luego levantar la mirada tímidamente y observar que no solamente ese hombre le había dejado la moneda al lado del atado de ropa sino que ahora, había dos más que le pedían lo mismo.

Habrá hecho la breve demostración unas nueve o diez veces. Vio que tenía unas cuantas monedas y calculó que ahora sí se le hacía tarde para llegar antes del mediodía entregar la ropa. Les agradeció a todos los que se habían amuchado, guardó la que te dije entre el atado y puso las monedas en su bolsillo.

Entregó el atado de ropa en tiempo y forma y volvió caminando a la casa contento a contarle a su madre que esta vez, el la iba a ayudar con los gastos.

Sin embargo, durísimo fue enfrentarse con Matilde que se puso furibunda con el cuando le mostró las monedas. El contenido del sermón de aquella tarde fue que ella podría ser humilde, pero no soportaría ni un solo delito de parte de sus hijos. Que prefería pasar hambre antes de tolerar que alguno de sus hijos saliera a robar.

En aquel lejano principo del siglo XX todavía al fútbol se jugaba por honor y recibir dinero por ello aunque fuese para comer, no solo era una rareza absoluta que pocos sabían que podía ocurrir sino que no estaba permitido. Poco a poco, la historia empezaría a cambiar.

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Isabelino Gradín crecería en esa plaza de deportes que se convertiría con los años en su verdadera escuela. Primo Gianotti el profesor italiano sería su entrenador.

Sería campeón de américa con la selección uruguaya de fútbol y además se convertiría en el primer goleador de la historia del certamen. Además sería campeón uruguayo jugando para Peñarol, club del que fue hincha y del que se alejaría peleado con su presidente luego de reclamar una plata para poder mantener a su familia.  

Así abandonaría el fútbol y se dedicaría al atletismo y se convertiría repetidas veces en campeón sudamericano de 200 y 400 metros llanos.

Esta es una historia basada en el relato de los hijos de aquel gran deportista afrodescendiente. Matilde, la mamá de Isabelino trabajó para los Batlle, la familia del presidente del Uruguay de aquellos tiempos.

Isabelino Gradin fallecería a los 47 años a causa de una enfermedad y tendría un velorio absolutamente multitudinario, solo comparable al de un presidente. Los gastos no menores de su entierro corrieron por cuenta de Peñarol ya que sus últimos años fueron muy humildes.

Sufrió importantes y reiterados episodios de racismo que contaremos en otra oportunidad.

El presente relato forma parte el podcast “El Entretiempo” de Río de la Pelota. Podrás escucharlo en Spotify o en el canal de Youtube de Río de la Pelota:

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